🎧 Escucha el podcast: El cuidado como un acto de amor eterno
Hay personas que no se olvidan, no solo por lo que vivieron, sino por lo que hicieron sentir. Así fue doña Rosita Girón, una mujer cálida, dulce, profundamente especial. La conocí en mis inicios como arteterapeuta, cuando trabajábamos con TOA (Terapias Ocupacionales Artísticas) en la Asociación de Alzheimer Honduras. Compartió sesiones junto a mi abuelita, y ambas se acompañaban con una ternura que aún conservo como uno de los recuerdos más bonitos de mi vida profesional. Luego, doña Rosita continuó su proceso terapéutico conmigo en CISMENTAL, donde pude continuar conociéndola.
Su hija, Carolina Girón, fue una cuidadora extraordinaria. Escucharla compartir su historia en este podcast no solo me conmovió, sino que me hizo reflexionar profundamente sobre el amor, la entrega y la dignidad en el cuidado. Carolina reorganizó su vida entera para acompañar a su madre durante 14 años de Alzheimer, y lo hizo con alegría, con fe y con una claridad admirable. Nos enseña que el rol de cuidadora no se reduce a tareas médicas o físicas, se trata de preservar la dignidad del ser amado, aun cuando la memoria empieza a apagarse.
Ella no escondió a su madre. Todo lo contrario, la llevó con ella a graduaciones, bodas, misas, conciertos, reuniones familiares. La incluyó, le dio un lugar en su vida y también en la vida de los demás. Recuerdo que Carolina decía algo muy poderoso: “Que primero saluden a mi mamá, y luego a mí”. Ese simple gesto habla de una comprensión profunda del valor humano, más allá de la enfermedad.
Carolina fue cuidadora, sí, pero también fue hija, amiga, defensora, compañera del alma. Y doña Rosita, aún en su fragilidad, fue luz. Su sonrisa, su dulzura, su disposición para las actividades de arteterapia y su alegría al socializar con sus compañeras del taller, nos enseñaban que la vida no termina con un diagnóstico.
Hoy, doña Rosita ya no está físicamente con nosotros, pero sigue presente. En la memoria de quienes la amamos, en la ternura que inspiró, en los vínculos que ayudó a crear. Y a Carolina, solo puedo darle las gracias. Por permitirme acompañarlas, por permitirme aprender de ustedes, y por compartir este testimonio que se convierte, sin duda, en un mensaje de amor para todos los cuidadores.
Con cariño y profunda gratitud,